El restaurante “El Marinero y la Muchacha” es un concepto sencillo que paradójicamente se convierte en su cualidad más extraordinaria. Su carta es un atributo que adorna unas vistas maravillosas sobre el mar de la costa norte de Lanzarote y sus platos son una celebración de detalles pequeños y nobles. Es un lugar pequeño que te permite viajar sin mucho equipaje (ni aparatosidad) por la solidez de una propuesta culinaria de larga tradición vasca. La sencillez con la que se trata al pescado facilita el que se aprecie al instante su frescura, y de ahí que sea uno de los mejores sitios para tener una experiencia plena y gratificante con los productos autóctonos extraídos del mar.

Al poco de sentarnos con el rubor creciente de las olas bajo el mantel llega un aperitivo consistente en una tempura de verduras sobre un suave puré de papas y un huevo roto. Un primer fragmento de la partitura de Isabel que junto a la amabilidad del servicio nos va arrobando los sentidos.

El vino seco de la bodega Stratvs nos regala una brizna de alegría en el primer brindis. El siguiente manjar es una ensalada de rúcula con pesto de pistachos y carpaccio de ternera. Las finas anillas de guindilla son el guiño a un Norte originario que el viento cuela por la ventana con toques de salitre.

El restaurante se va llenando poco a poco, mientras la cocinera dispone un arroz meloso de setas y chipirones, con una textura húmeda y untuosa, que hace que los comensales de la mesa de al lado se planteen ampliar su comanda.
En el tercer plato llega uno de los indispensables de “El Marinero y la Muchacha”, un bakalao blanco presentado como si fuera un barco, con una vela de pimiento asado desplegada, y surcando un mar de purrusalda al que le han llovido unas láminas de almendra.

Una sintonía perfecta entre el sabor del puerro rehogado con cebolla, papa y zanahoria de la base y las lascas de un pescado con un sabor limpio, jugoso y con ligerísimo matiz salado.
La propuesta del menú degustación pensado para Lanzarote 3 va llegando a su fin con una carne de solomillo coronada con un medallón de foie, y unas papas panaderas que han absorbido el sabor de los dos ingredientes principales. La elegancia de este plato está relacionada con la suavidad de la carne y con sus aromas. Una vez más sobre el plato se presentan con claridad, sin complicaciones inútiles, unos ingredientes de calidad a los que se les ha aportado ligeros toques estéticos con suficiente armonía como para no desentonar.
Y como colofón a los cinco platos anteriores Isabel sorprende con un maravilloso postre que deja al descubierto sus habilidades como repostera y que engancha por su textura, crujiente y melosa, y por su mezcla de sabores a gofio, cerveza, chocolate, pistacho y un ligero toque caramelizado. Un remate intencionado que ella misma reconoce que es una de sus especialidades.
Al mirar el reloj, somos conscientes de que han pasado dos horas de muy agradables sensaciones que rematamos con un último vistazo a un muelle de Arrieta sobre el que ya se posan las gaviotas que intuyen el atardecer.
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